Un amigo navarro que me invitó a San Fermín me dijo que la clave de la fiesta estaba en no parar de comer. Como si una etapa alpina del Tour de Francia se tratase, nunca había que tener el estómago vacío. Y así lo hice. Sin parar de comer desde lo que los navarros llaman desayuno (y yo llamaría directamente almuerzo brutal aunque sea a las 9:00 de la mañana) hasta la cena, la salvaje ingesta de alcohol de estas fiestas se hace más llevadera.
Esta semana, un amigo casetero me comentaba que la clave para que la Feria de Córdoba se haga más llevadera está en comer, en no parar de hacerlo tampoco. Hasta ahora, era difícil comer bien en la Feria de Córdoba, con unas casetas más centradas en la fiesta y unos establecimientos temporales más de fritanga (seguro que ya están escuchando el jingle de una hamburguesería).
Pero eso está empezando a cambiar. Muchos caseteros se han dado cuenta del filón que es ofrecer buena comida en la Feria y muchos feriantes de que para aguantar, para seguir pasándoselo bien sin caer en el coma etílico es necesario hacerlo, y bien.
No obstante, es muy difícil. En Pamplona, los sanfermines son en el centro de la ciudad (una guarrería) que permite que las cocinas y establecimientos de toda la vida estén a pleno rendimiento. En la Feria de Córdoba todo es efímero. Cocinas portátiles, lonas, y hasta estructuras eléctricas (los cables eléctricos siguen siendo aéreos) son de quita y pon. A partir de hoy, como hormiguitas, decenas de trabajadores se afanan ya en retirar lo que ha sido toda una ciudad de fiesta y diversión. En dos semanas, no quedará ni rastro.
Ahora, quizás, sea verdad que hay que empezar a pensar qué hacer con el Arenal. Si la Feria va a estar siempre allí (no hay previsión de que se traslade al otro lado del autovía) habría que plantearse que quizás es un derroche y un gasto innecesario que todo sea efímero, hasta la instalación eléctrica (no hablemos de los desagües), y que el gran cambio vendría por consolidar ese espacio. Aunque solo sea para una semana.